“La adulteración de las sustancias no es nueva, sino que es un tema de todos los días. En Argentina no se consume cocaína de máxima pureza, con lo cual, los cortes de las sustancias prohibidas están a la orden del día y son dificultades con las que se enfrentan los usuarios”, dice Gustavo Zbuczynski, presidente de la Asociación de Reducción de Daños de la Argentina. De hecho, solo en el Hospital Fernández (CABA), se reciben entre 300 y 400 intoxicados de cocaína al año. “En esta oportunidad, lo que destaca es la masividad del daño, sobre una situación que no conocemos muy bien los alcances que tendrá. Además de las muertes e internaciones, tenemos un montón de personas que afrontaron intoxicaciones menores, seguramente, porque consumieron dosis menores”, sostiene el titular de ARDA.

Si bien según la ONU, cada año, el mundo produce unas 800 toneladas de cocaína pura, como refería Zbuczynski, buena parte de la que se consume fronteras adentro no presenta esa característica. De acuerdo al Informe Mundial sobre las Drogas publicado en 2021 por la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, aproximadamente, 275 millones de personas consumieron drogas en todo el planeta durante el último año y más de 36 millones afrontaron trastornos por su consumo. Otro dato que destaca el trabajo es que entre 2010 y 2019, la cifra de personas que consumen se incrementó un 22 por ciento.

A nivel doméstico, la última referencia es de 2017. La Secretaría de Políticas Integrales sobre Drogas de la Nación Argentina (Sedronar) realizó el sexto Estudio nacional sobre consumo de sustancias psicoactivas en población general. A partir de una muestra probabilística que permitió obtener datos representativos de provincias a partir de 20.658 casos, se concluyó que el 5.3 por ciento de la población entre 12 y 65 años consumió cocaína alguna vez en su vida, lo que implica un incremento del 100 por ciento con respecto al estudio de 2010. Asimismo, el 1,5 por ciento de la población declaró consumo de cocaína en el último año. El enfoque prohibicionista estimula el narcotráfico, una pandemia cuyas víctimas, por lo general, caen en el más absoluto anonimato. Para quebrar el silencio, más información.

La droga en el cuerpo

Durante el episodio de la cocaína contaminada, los familiares aseguraban que las víctimas no podían respirar, tenían convulsiones y luego afrontaban el paro cardíaco. El consumo se asocia a una amplia gama de problemas físicos y mentales. Según la Organización Panamericana de la Salud, el uso repetido de dosis elevadas puede llevar a la psicosis, mientras que su combinación con el alcohol incrementa el riesgo de la toxicidad cardiovascular y hepática. Los problemas físicos más comunes que reporta el organismo son agotamiento, cefaleas, disminución de la inmunidad a las infecciones, entumecimiento y hormigueo, pérdida de peso, piel fría y húmeda. Mientras que los psicológicos pueden incluir ansiedad, comportamiento violento o agresivo, depresión, deterioro de la memoria, dificultad para conciliar el sueño, fluctuaciones del estado de ánimo y paranoia.

En este marco, ¿qué hace el personal de salud cuando recibe a un individuo con consumos problemáticos? “Se chequean signos vitales y se facilita el acceso a una buena ventilación. Después se observa si su deterioro sensorio se relaciona con las características de algún cuadro clínico. De acuerdo a los síntomas que tenga, podemos inferir las sustancias que consumió”, describe Marta Braschi, pediatra y toxicóloga en el Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez. Luego continúa: “Todas las sustancias psicoactivas modifican la neurotransmisión, es decir, la manera en que las neuronas se vinculan entre sí. No solo afectan al sistema nervioso sino también a funciones del nivel periférico. Por eso, quien consume cocaína busca un efecto determinado y se encuentra con otro. Procura estar activo y termina con presión alta, arritmias cardíacas, hipertermia, con una modificación en el estado de ánimo, percepción y conciencia”.

Cuando la cocaína es adulterada, la situación cambia aún más. No es lo mismo si el componente que se agrega es inerte, o bien, si se le suma una sustancia con la capacidad de potenciar sus efectos originales. Algunas veces la droga es cortada con raticidas, porque al conferir un efecto de rigidez los consumidores consideran que “pega más fuerte”. En otras ocasiones, se emplea vidrio molido, ya que al esnifar los cristales, las personas lesionan la mucosa nasal de manera que la droga ingresa como si fuera por vía endovenosa y también se produce la misma sensación: la cocaína pega mejor. Además, quienes producen las drogas las suelen cortar con otros estimulantes para hacerlas rendir más. Desde aquí, se suelen hallar sustancias como cafeína o lidocaína, o bien, cualquier polvo blanco que se le parezca para otorgar volumen, desde talco a azúcar impalpable. ¿El objetivo? El de siempre: que el negocio sea más rentable.

¿Cómo detectar la contaminación?

El interrogante que se abre es el siguiente: ¿cómo hace el usuario para saber que una droga está adulterada? “Si está contaminada, depende del producto en cuestión para evaluar los síntomas que aparecen. En general los adulterantes y las sustancias de corte no alteran el olor, color ni sabor, es muy difícil darse cuenta”, detalla Mónica Napoli, médica toxicóloga, docente de la UBA y de la Universidad de Maimónides.

“En algunos países europeos se utilizan test de detección para sustancias específicas, con elementos químicos que reaccionan. Hay algunos que son colorimétricos, por ejemplo, azul si tiene cocaína, verde si contiene heroína. De esta manera, el consumidor sabe qué consume, qué elementos tiene”, explica Braschi. Lo que comenta la especialista ilumina otro eje clave: el consumo responsable. Al conocer los componentes, el individuo puede –al menos– acceder a la opción de no consumirlo si no lo desea. Las personas deben tener accesibilidad a este tipo de herramientas, pero en Argentina no es posible.

Más asistencia, menos prohibición

La ley 23.737 que rige en el presente fue sancionada en 1989 y castiga la tenencia de drogas para el consumo y la comercialización. El prohibicionismo, según los especialistas consultados, culmina por desviar la atención del verdadero problema: el narcotráfico. Si aún la sociedad no está preparada para legalizar la cocaína, un paso intermedio –y valioso– podría ser la despenalización y la intervención por parte del Estado para atender a los consumidores. “Para legalizar drogas, el sistema debe estar súper aceitado. Aquí todavía nos falta, imagínate que estamos dando vueltas con la marihuana. Para la cocaína implicaría sancionar leyes, reglamentaciones, pero también disponer de un sistema de salud acorde. Lo que sí me parece fundamental y sobre lo que se puede avanzar es la despenalización, porque ubicar a una persona dependiente en el lugar de criminal no está bueno”, opina Braschi. Y remata: “Antes que meterlos presos hay que acompañarlos en el padecimiento”. Que el paciente consumidor, sencillamente, ingrese por la puerta del hospital y no de la comisaria.

De hecho, modificar la Ley de drogas podría conducir a la construcción de consumos más responsables. “La normativa vigente criminaliza la tenencia para el consumo personal. Necesitamos una política que nos permita realizar los análisis correspondientes para saber lo que la gente consume, porque resulta que también se prohíben aquellas sustancias que nos habilitan a hacer los testeos. El enfoque prohibicionista cierra todas las salidas”, describe Zbuczynski.

El problema, de esta manera, emerge por partida doble: no solo se prohíben las drogas sino también los químicos que permiten trazar un examen fiable de la calidad del producto que la gente consume. Si no se puede detectar la contaminación de manera científica para evitar que los usuarios sean engañados con drogas que no buscaban consumir, el problema está asegurado. El prohibicionismo elimina los matices, cierra las salidas: constituye la respuesta sencilla y masticada para un problema complejo y difícil de deglutir.